miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cortando la helada: el Indio en Mendoza (14/09/2013)


La llama del fuego ricotero devoró todo lo que tenía: mi celular, el fuego, el auto, los excesos y mis piernas. Ahí estábamos saltando, 120 mil personas, una tras de otra encadenadas en el pogo más grande del universo; veníamos de horas de previa y agite, en donde nos encolumnamos tras una bandera que decía “Vivir solo cuesta vida” y avanzámos hacia el autódromo para ser parte de esa peregrinación hacia la meca del sonido. Parecía que ese sábado 14 de septiembre todos los tiempos (todo el tiempo) coincidían en ese momento. Los días de escuchar temas en el auto, de silbarlos en la ducha, temas compartidos con cervezas con amigos, con pibas que muchas veces tenían remeras de un techo para mi país (¿o era una piba con la remera de greenpeace?) se cristalizaban en esa masa crítica de personas que no dejaban de delirar. El frío acestaba contra la multitud, pedíamos que el indio apareciera en el escenario y acabara con el gélido clima y nuestro hambre de rock.. Cada tanto una ráfaga de agite se expandía por el campo cuál ola de estadio (“el que no salta es inglés”)
Comenzó “Luz belito”, se arremolinaron los sentimientos en nuestros corazones y se inició un mosh magnífico (pogo en inglés); su ronda satánica de atraer gente al centro y luego la reacción lógica: vomitar personas; adultos con sus hijos fueron expulsados violentamente del medio y corrían asustados (Un par de culos va a patear/de los que le juran más lealtad). Nuestro grupo se rompió, de 50 iniciales que éramos me encontré haciendo una avalancha hacia el centro con tres pibes más sorteando la masa (con permiso y de costado siempre se avanza mejor). Llegamos hasta la punta del escenario, la gente empujaba excitada, buscaban las primeras filas, ver al indio, ser protagonistas. Todos filmaban al escenario y saltaban, querían disfrutar y a la vez poder conservar ese momento que condensaba muchos estados de ánimo y conciencia; una escena posmoderna de uno de los shows más vigentes y tradicionales del rock argentino. Mientras avanzábamos veíamos a los desencantados que retornaban asfixiados, parecía que no se justificaba semejante hazaña. ¿Por qué ese deseo irrefrenable de llegar ahí? ¿por qué todos yendo y viniendo hacia el pogo primigenio?
Retornando por el lado izquierdo avanzó una bandera gigante de Argentina. La enarbolamos y la gente pedía a gritos tocarla, meterse abajo; abrían espacio y llegó casi al escenario. Sonó “Juguetes Perdidos” (Este asunto esta ahora y para siempre en tus manos) y lloviendo de cara al cielo, nos conmovimos hasta el punto del llanto; por último terminó con un magistral “Ji Ji Ji”.
El rock volvió a conquistar y reconfortar nuestras almas, ayudándonos a no bajar los brazos, seguir luchando, derramando metáforas que nos permitan crecer sin nunca perder la ternura. Nos recordó que lo último que se pierde es la esperanza: “cuando la noche es más oscura se viene el día en tu corazón”.
Agustín Pérez Marchetta
Salta, Argentina