Algunas veces la muerte nos sorprende un día a la mañana, mientras estamos en cama tratando de recordar el último sueño vivido.
Quizá la muerte sea como esas noticias que no deseas escuchar, sobre el desastre del mundo que se agita allá afuera y salpican con noticias los medios de comunicación.
Puede que sea como la risa de la persona que odias, o el grifo que no para de tintinear en tu cabeza desde la última vez que cerraste las goteras de tu conciencia.
La muerte, tan fuerte y liviana, se pasea por toda la casa y cada segundo que menciones no hace más que invocar lo que ya no esta, lo que ya no es, lo que no va a ser.
Puede que la muerte rompa todos nuestros vidrios, destruya nuestros días y llene de ebriedad nuestras noches. Puede que la muerte sea el rostro de las personas que no saludas, las manos que no supiste dar, o el abrazo aquél...
¿Entonces, quien soy yo?¿Para quién escribo yo entonces?
Lo efimero y eterno se funde en el llanto que nos rompe el alma y arrastra a nuestro ser hacia el tiempo de los nísperos, de los mangos.
Por suerte mi amor me enseño un juego que me ayuda cuando la muerte me invade
Pienso cosas lindas.
Entonces soy la bruma del mar, el canto suavecito al sol de la mañana, el susurro de un te quiero en la avenida Néstor Kichner del barrio Solidaridad.
Y nos subimos y nos bajamos en este Tobogán-Destino y ya el alma nos queda por afuera
Es curioso como el atardecer y amanecer se parecen tanto
Esta es mi forma de abrazarlas porque algunas veces no me salen los abrazos más que en palabras