Y
se le dió por rodar por la hoja, por describir y describirse en trazos de
palabras. Antes había pensado mejores versos, versos mejores, pero ahora ya no
era antes y el tenía que empezar de nuevo, con esa letanía de versos y
recuerdos cercanos.
¡Ya me acordé! se dijeron cosas hermosas, vomitaban verdades dos que no se saben ni lejos ni cerca, sino ahí, en ese punto preciso de decir todo o no decir nada.
¡Ya me acordé! se dijeron cosas hermosas, vomitaban verdades dos que no se saben ni lejos ni cerca, sino ahí, en ese punto preciso de decir todo o no decir nada.
Cuando
se distanciaron se encontraron. Se midieron. Y supieron
De correrse y de buscarse ni hablemos, porque los finales no
tienen nada de comienzo. Por lo menos así lo sostienen los clásicos.
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